Kay Parker llega a la costa este
americana desde su Birmingham natal en el 1965, con 21 años. Es criada
en una Inglaterra triste y gris de postguerra profundamente represiva y
cuenta en algunas entrevistas que si se hubiera quedado en las islas
durante más tiempo, sencillamente no hubiera podido salir viva de su
juventud. Su viaje a los Estados Unidos fue tanto una huida como una
forma de descubrirse a sí misma. Y su entrada al mundo del cine para
adultos no fue inmediata ni impulsiva, amén de que al cine porno por
aquel entonces aún le quedaría unos años para ser legal.
Más de una década después de su llegada a América, conoció al actor John Leslie,
que sería su contacto de entrada. Inicialmente, ella desconocía que se
dedicaba al cine pornográfico, si bien algo se imaginaba; en aquella
época, en aquel lugar, era casi más fácil estar metido en el mundillo
que no estarlo. La inmersión de Kay en el mismo fue progresiva y
sopesada, lo que nos da mucha información sobre su forma de ser. Era
todo lo contrario del estereotipo de sureña inocente que buscando los
focos de Hollywood acababa rodando porno casi desde el minuto cero y que
la propia industria ha representado, parodiado y, de nuevo,
fetichizado. Inteligente y reflexiva, además de ponderar cada paso que
daba, la actriz reconoce que era —y durante mucho tiempo fue— bastante
pudorosa. Incluso ya instalada en su carrera como pornostar, se
consideraba a sí misma en medio de la escena del cine para adultos como
“la mojigata del porno”. Por norma general, evitaba escenas extremas o
papeles a los que no pudiera aportar algo más allá de la propia escena
sexual. Y entendía que la práctica del coito ante la cámara, cuanto más
natural y sincera fuera, mejor resultado daba.
En aquellos tiempos previos al inicio de
su carrera no es menos cierto que también sentía una cierta necesidad
de “desmelenarse”, quizás como forma de liberación de su restrictivo
pasado al otro lado del charco. Esto, junto con la atracción que afirma
sentía hacia el mundo del cine en general, hace más sencillo entender su
proceso paulatino de entrada y, por otra parte, pone de relieve los
paralelismos esenciales con el personaje de Barbara Scott que la
hicieron única para el papel y explican el enorme éxito que le siguió.
En 1977, aceptaría su primer papel en V, the hot one de Robert McCallum,
uno sin escenas sexuales, pero que supondría introducir un primer pie
en la escena. La inmersión completa y su debut como actriz pornográfica
se daría ese mismo año en Sex World de Anthony Spinelli.
Kay Parker tenía 33 años y los productores del momento empezaron a tomar
nota de todas sus virtudes y de cómo destacaba frente a la actriz porno
media de aquellos años. Además de manejarse bien con los guiones y la
interpretación, aquella mujer de melena castaña, ojos azules y exótico
acento inglés, poseía un físico de infarto. Si a la Parker, en su
juventud, le había picado algún bicho radiactivo del que obtener unas
dotes proporcionalmente superiores a lo humano… bueno, solo digamos que
el bicho en cuestión no era una araña. Para el anecdotario, Ron Jeremy
afirmó en su día que Kay Parker es una de las tres actrices con las que
lamenta no haber podido compartir escena nunca —aunque estuvo a punto,
en Taboo 2— junto con Annette Haven y Jessie St. James.
Tres años después, en 1980, llegaba la oferta para rodar Taboo.
El tema de la incesto tratado a través del cine para adultos era y no
era nuevo. Existían antecedentes en producciones de bajo coste en ambas
costas americanas. Y en Europa, los alemanes ya habían iniciado la serie
de películas pornográficas con toques de comedia de Josefine Mutzchenbacher —otro porno de culto, menos conocido popularmente— basada en las escandalosa novela erótica Historia de una prostituta vienesa de autor anónimo, pero atribuida a Félix Salten, autor de Bambi: una vida en el bosque,
el relato del que surgiría luego la famosa producción de la Walt
Disney. En cualquier caso, en América, aquel era el primer guión sobre
el asunto con algo más de profundidad y seriedad, pero tampoco exenta de
puntos de comedia, como veremos.
En el imaginario artístico del momento quizás corría también la película de Bertolucci estrenada el año anterior, La luna, sobre la relación incestuosa entre una viuda cantante de ópera y su hijo adicto a la heroína.
Kay Parker en Taboo, con su papel protagonista de Barbara Scott y el relato de una relación incestuosa madre-hijo. Una interpretación que, a efectos prácticos, perfectamente le valdría el título de Madre de todas las Milfs.
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http://canonmovies.blogspot.com.ar/2012/08/kay-parker-in-taboo-1980.html
FOOKS
http://www.jotdown.es/2013/01/kay-parker-la-madre-que-no-nos-pario/
TPB
VEF
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